¿Tenemos la legitimidad moral de hacer con los animales lo que queramos? O, en cambio, ¿merecen los animales ser considerados individuos dentro de un marco ético serio? ¿En qué medida los animales tienen o no derechos? ¿Es ético utilizar a los animales para entretenimiento, experimentación y alimentación? Estas son algunas de las preguntas que se tratan de responder de forma sencilla a continuación.
Cuando vemos animales en zoológicos o acuarios, nos indignamos, sentimos impotencia, profundos sentimientos de tristeza y odio nos invaden ante semejantes injusticias. O mismo cuando vemos imágenes de cazadores posando con animales asesinados, personas que maltratan perros o gatos, la tauromaquia, la tracción a sangre y un sin fin de situaciones de maltrato animal. Pero… ¿cuál es la diferencia entre las situaciones mencionadas anteriormente y matar a una vaca, un pollo, un cerdo o un pez?
La mayoría no tiene dudas al usar animales para obtener carne, leche o huevos, pero no debemos olvidar que no sólo los usamos para fines alimenticios, sino también de muchas otras maneras y casi siempre les causamos daño; por ejemplo, un método común para la prueba de cosméticos, consiste en aplicar un producto en los ojos a conejos, dejarlo por cierta cantidad de tiempo y, después de lavarlo, comprobar sus efectos nocivos. Se utilizan conejos porque no tienen conductos lagrimales, por lo tanto, no son capaces de eliminar el producto de sus ojos. Esto es extremadamente doloroso, y con frecuencia los deja ciegos. Posteriormente son sacrificados.
Este es sólo un ejemplo de las condiciones que experimentan los animales a nuestro cargo. Los obligamos a pasar una vida de perpetuo sufrimiento. Nunca se nos ocurriría tratar a otro ser humano de esta forma, pero no lo cuestionamos cuando se trata de otras especies. ¿Cómo permitimos esto? Sucede porque le damos preferencia a nuestra especie por sobre el resto a pesar de que no hayan diferencias éticamente relevantes (especismo). Hubo una época en que la mayoría de los estadounidenses pensaban que era correcto y adecuado que los miembros de un grupo fueran literalmente dueños de miembros de otro grupo, partiendo de una diferencia moralmente irrelevante: el color de la piel (racismo). Hoy miramos ese antiguo razonamiento con horror y vergüenza. Algún día nuestros descendientes verán del mismo modo la manera en cómo hoy tratamos a los animales no humanos. En pocas palabras, si no está bien dañar a un ser humano, tampoco es aceptable lastimar a cualquier otro animal.
Hasta aquí, la mayoría debe estar de acuerdo, pero hay quienes pueden alegar que la inteligencia es una variable éticamente relevante. No hay duda que nuestra inteligencia supera a la de cualquier otra especie en el planeta, pero normalmente no pensamos que esta es una buena forma de decidir cómo alguien debe ser tratado. Por lo tanto, si es claramente erróneo tratar diferente a los miembros de nuestra especie basándonos en la inteligencia, ¿por qué sería aceptable hacerlo con miembros de otras? Una respuesta podría ser que la diferencia entre los seres humanos más y menos inteligentes, es mucho menor que la brecha entre seres humanos respecto de otras especies. Sin embargo, empíricamente, eso no es cierto. La mayoría de los seres humanos se posiciona dentro del mismo rango de inteligencia, aunque algunos tienen marcadas discapacidades cognitivas. Algunos animales, particularmente los primates, probablemente sean más inteligentes que aquellos humanos discapacitados. Además, los adultos de varias especies animales poseen capacidades cognitivas similares a las de un humano de 3 años (como es el caso de los cerdos). Con todo esto, ese argumento quedaría refutado.
Por otra parte, hay quienes sostienen que cada especie compite por llegar a la cima, y debe preocuparse por protegerse a sí misma. Y asumiendo que los seres humanos estamos actualmente en esa cima, al creernos superiores, tenemos permitido hacer más o menos lo que queramos al resto de las especies. El problema con este razonamiento es que es casi seguro que no estaríamos de acuerdo con él, si no fuésemos miembros de la especie dominante. No nos olvidemos que este es el mismo argumento que fue utilizado por los esclavistas para justificar la sumisión de africanos y pueblos indígenas. Por lo tanto, quien no fuese de la especie privilegiada, no acordaría con este argumento… ¿no sería hipócrita utilizarlo en este caso como una justificación?
Sin embargo, otro argumento que se suele usar para justificar la explotación, maltrato y daño hacia los animales, es que esta es la forma en que siempre ha sido, lo cual es cierto: los seres humanos hemos dominado a los animales no humanos durante mucho tiempo, es parte de nuestra cultura y de distintos modos de vida (agricultura, ganadería, pesca). Pero el simple hecho de que algo haya sido de cierta manera durante mucho tiempo no indica que sea correcto. Una vez más, se repite el argumento utilizado para avalar la esclavitud. También es cierto que su abolición fue económicamente costosa y generó una gran perturbación a la cultura esclavista, pero creo que todos estamos de acuerdo en que valió la pena.
Otro de los argumentos más fuertes para justificar el uso de los animales no humanos es el argumento de la necesidad. La mayoría de la gente cree que es legítimo hacer todo aquello que asegure la subsistencia. No obstante, esto no justifica la utilización de animales para prácticas innecesarias como las pruebas de cosméticos o la tauromaquia. Pero alimentarnos sí es una necesidad, por lo que no habría nada “malo” en comer animales ¿no es así? El problema es que desconocemos que los seres humanos podemos vivir perfecta y saludablemente obteniendo los nutrientes de otras fuentes. Las mayores organizaciones de nutricionistas del mundo, avalan la alimentación vegetariana estricta, es decir, una dieta a base de frutas, verduras, legumbres, cereales, semillas y frutos secos. Una de ellas es la Academia de Nutrición y Dietética de EE.UU. (con más de 67.000 profesionales de la nutrición) que dice que: “Las dietas vegetarianas estrictas o veganas equilibradas, son saludables, nutricionalmente adecuadas y pueden aportar beneficios para la salud en la prevención y el tratamiento de ciertas enfermedades. Las dietas vegetarianas bien planeadas son apropiadas durante todas las etapas del ciclo vital, incluyendo embarazo, lactancia, infancia, niñez, adolescencia, adultez, vejez e incluso para atletas”. Otras entidades son la Asociación de Dietistas de Canadá, la Asociación Dietética de Nueva Zelanda, la Fundación Mundial para la Investigación del Cáncer, el Instituto Americano para la Investigación del Cáncer, la Academia Americana de Pediatría, la Federación Española de Dietistas-Nutricionistas, el Comité de Médicos por una Medicina Responsable (PCRM), la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Ministerio de Salud de Chile (MINSAL), la Sociedad Argentina de Nutrición y la lista sigue… por lo tanto el argumento de la necesidad queda refutado.
Debemos pensar en el trato hacia los animales no humanos en términos de una igual consideración de intereses. Esto significa que los intereses idénticos deben tener el mismo peso, independientemente del tipo de ser al que afecten. Por supuesto que los seres humanos tenemos tipos de intereses que el resto de los animales no (por ejemplo, interés en ir a la universidad, votar, viajar, tener hijos). Pero hay uno que todos los animales compartimos: el interés en evitar el dolor. Jeremy Bentham sentenció: “la pregunta no es “¿pueden razonar?”, ni “¿pueden hablar?”, sino más bien “¿pueden sufrir?”.
Debido a que todos somos iguales en nuestra capacidad de sufrir, y es nuestro deseo evitar hacerlo, debemos considerar igualmente ese interés en el resto de las especies, evitando así frustrarlo. Pero puede ser que aún haya quienes sigan pensando igual y pregunten… “¿Por qué debería importarme todo esto? ¿Qué pasa si no me importan los animales, ni todo lo que se dijo en este texto? Me gusta comer carne y no me avergüenzo por ello, porque la mayoría de la gente de mi entorno también lo hace, porque es legal, porque podemos, etc.” La cuestión es que seamos sinceros y coherentes con nuestros actos, que seamos capaces de justificar nuestras acciones de forma racional y sensata. Si las razones no importan, o si hay contradicción, caemos en la exclusión completa al discurso racional, porque si éstas razones no importan ¿por qué debería importar cualquier otra razón? Si quiero ser racista, homofóbico, sexista, clasista, machista, xenófobo o especista y estoy cómodo con ello porque la gente con la que me rodeo también tiene esas actitudes, la cuestión terminaría acá.
Puede ser difícil examinar en profundidad nuestras propias acciones, no sólo respecto a los animales no humanos, sino en la mayoría de las áreas de la vida. Queda en cada uno decidir si queremos, o no, ser empáticos, justos y coherentes con nuestros actos.